Un linaje de gracia: Cinco historias de mujeres que Dios usó para cambiar la eternidad

Un linaje de gracia: Cinco historias de mujeres que Dios usó para cambiar la eternidad

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Un linaje de gracia: Cinco historias de mujeres que Dios usó para cambiar la eternidad

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Overview

Esta compilación de los cinco libros en la serie de mayor venta Un Linaje de Gracia comparte las historias de cinco mujeres que Dios usó para cambiar la eternidad. Tamar, traicionada por los hombres que controlaban su futuro, luchó por su derecho a creer en un Dios amoroso. Rahab, una mujer con un pasado ínfame, recibió de Dios un futuro prometedor. Rut, renunció a todo, sin esperar nada a cambio, y Dios la honró. Betsabé, despertó la pasión de un rey con su belleza, y su dolor movió el corazón de Dios. María respondió en simple obediencia al llamado de Dios en el momento que toda la eternidad había estado esperando. Cada una enfrentó retos extraordinarios y aun escandalosos, cada una tomó un gran riesgo personal para cumplir con su llamado, y cada una estaba destinada a desempeñar un papel clave en el linaje de Jesucristo.

This compilation of the five books in the bestselling series A Lineage of Grace shares the stories of the five unlikely women who changed eternity. Tamar, betrayed by the men who controlled her future, fought for her right to believe in a loving God. Rahab, a woman with a past, received from God a new path for her future. Ruth, who gave up everything, expecting nothing, and was honored by God. Bathsheba’s beauty stirred the passion of a king, and her pain moved the heart of God. Mary responded in simple obedience to God’s call in the moment all eternity had been waiting for. Each was faced with extraordinary—even scandalous—challenges, each took great personal risk to fulfill her calling, and each was destined to play a key role in the lineage of Jesus Christ.


Product Details

ISBN-13: 9781496436269
Publisher: Tyndale House Publishers
Publication date: 03/19/2019
Pages: 560
Product dimensions: 6.00(w) x 9.00(h) x 1.60(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
From 1976 to 1985, Francine Rivers had a successful writing career in the general market, and her books were awarded or nominated for numerous awards and prizes. Although raised in a religious home, Francine did not truly encounter Christ until later in life, when she was already a wife, mother of three, and an established romance novelist. Shortly after becoming a born-again Christian in 1986, Francine wrote Redeeming Love as her statement of faith. This retelling of the biblical story of Gomer and Hosea set during the time of the California Gold Rush is now considered by many to be a classic work of Christian fiction. Redeeming Love continues to be one of the Christian Booksellers Association’s top-selling titles, and it has held a spot on the Christian bestsellers list for nearly a decade.

Since Redeeming Love, Francine has published numerous novels with Christian themes--all bestsellers--and she has continued to win both industry acclaim and reader loyalty around the globe. Her Christian novels have also been awarded or nominated for numerous awards, including the Christy Award and the ECPA Gold Medallion. Francine’s novels have been translated into over twenty different languages, and she enjoys bestseller status in many foreign countries including Germany, The Netherlands, and South Africa.

Francine and her husband, Rick, live in Northern California and enjoy the time spent with their three grown children and every opportunity to spoil their four grandchildren. She uses her writing to draw closer to the Lord, and that through her work she might worship and praise Jesus for all He has done and is doing in her life.

Read an Excerpt

CHAPTER 1

Cuando Tamar vio a Judá guiando a un asno cargado de costales y una alfombra fina, tomó su azada y corrió hacia el extremo más alejado de la tierra de su padre. Con un mal presentimiento, le dio la espalda a la casa mientras trabajaba, esperando que él siguiera de largo y buscara a cualquier otra muchacha para su hijo. Cuando su nodriza la llamó, Tamar fingió que no la había oído y golpeó más fuerte la tierra con su azada. Las lágrimas la cegaban.

— ¡Tamar! — jadeó Acsa cuando la alcanzó —. ¿No viste a Judá? Debes volver a la casa conmigo ahora mismo. Tu madre está a punto de mandar a tus hermanos a buscarte, y a ellos no les agradará tu demora. — Acsa hizo una mueca —. No me mires así, niña. Esto no es culpa mía. ¿Preferirías un matrimonio con uno de esos mercaderes ismaelitas en ruta a Egipto?

— Tú has oído hablar del hijo de Judá igual que yo.

— Me han contado. — Estiró su mano y Tamar le entregó la azada de mala gana —. Quizás no sea tan malo como piensas.

Pero Tamar vio en la mirada de su nodriza que Acsa tenía serias dudas.

La madre de Tamar salió a su encuentro y agarró a Tamar del brazo.

— Si tuviera tiempo, ¡te daría una paliza por haber salido corriendo!

— Arrastró a Tamar al interior de la casa y al área de las mujeres.

En cuanto Tamar cruzó la puerta, sus hermanas le pusieron las manos encima y tironearon de su ropa. Tamar dio un grito ahogado de dolor cuando una le arrancó descuidadamente la tela que cubría su cabeza y tiró también de su cabello.

— ¡Basta! — Levantó las manos para protegerse de ellas, pero su madre intervino.

— ¡Quédate quieta, Tamar! Como Acsa tardó tanto tiempo en traerte, debemos apurarnos.

Las muchachas hablaban todas a la vez, alborotadas, entusiasmadas.

— ¡Madre, déjame ir como estoy!

— ¿Recién llegada del campo? ¡No lo harás! Te presentaremos con lo mejor que tenemos. Judá trajo obsequios. Y no te atrevas a avergonzarnos con tus lágrimas, Tamar.

Con un nudo en la garganta, Tamar hizo un esfuerzo por dominarse. No le quedaba otra alternativa que someterse a las atenciones de su madre y sus hermanas. Estaban usando las mejores prendas y el mejor perfume para presentarla ante Judá, el hebreo. El hombre tenía tres hijos. Si lo complacía, sería el primero, Er, quien se convertiría en su esposo. Durante la última cosecha, cuando Judá y sus hijos habían traído a sus rebaños a pastar en los campos segados, el padre de Tamar le había ordenado que trabajara cerca de ellos. Tamar sabía qué esperaba conseguir con eso. Al parecer, lo había logrado.

— Madre, por favor. Necesito uno o dos años más antes de estar lista para tener mi propia casa.

— Tu padre es quien decide cuándo tienes la edad suficiente. — Su madre no la miraba a los ojos —. No tienes derecho a cuestionar sus decisiones. — Las hermanas de Tamar parloteaban como urracas, lo cual le dio ganas de gritar. Su madre batió las palmas —. ¡Basta! ¡Ayúdenme a preparar a Tamar!

Tamar apretó la mandíbula y, cerrando los ojos, decidió que debía resignarse a su destino. Siempre había sabido que algún día se casaría. También había sabido que su padre elegiría a su esposo. Su único consuelo eran los diez meses que duraba el compromiso. Por lo menos tendría tiempo para preparar su mente y su corazón para la vida que se le avecinaba.

Acsa le tocó el hombro:

— Trata de relajarte. — Soltó el cabello de Tamar y empezó a peinarlo con movimientos largos y firmes —. Piensa en cosas que te tranquilicen, querida.

Se sentía como un animal que su padre estaba preparando para vender. Y, ¿acaso no lo era? Se llenó de indignación y desesperación. ¿Por qué la vida tenía que ser tan cruel e injusta?

— Petra, trae el aceite aromático y frótale la piel con eso. ¡No debe oler como una esclava del campo!

— Sería mejor si oliera a ovejas y a cabras — dijo Acsa —. Al hebreo le gustaría.

Las muchachas se rieron, a pesar de la reprimenda de su madre.

— No estás ayudando, Acsa. Ahora, ¡silencio!

Tamar agarró la falda de su madre:

— Por favor, madre. ¿No podrías hablarle a mi padre por mí? Ese muchacho es ... ¡malvado! — Las lágrimas salieron atropelladamente y no pudo detenerlas —.

Por favor, no quiero casarme con Er.

Su madre frunció la boca, pero no se ablandó. Desprendió las manos de Tamar de su falda y las sujetó fuertemente entre las suyas.

— Sabes que no puedo cambiar los planes de tu padre, Tamar. ¿De qué serviría ahora que yo dijera algo en oposición a esta unión, salvo deshonrarnos a todos? Judá ya está aquí.

Tamar aspiró un sollozo irregular y el temor corrió por todo su cuerpo.

Su madre la tomó del mentón, obligándola a levantar la cabeza.

— Yo te preparé para este día. No nos sirves para nada si no te casas con Er.

Tómalo como es: buena suerte para la casa de tu padre. Tú tenderás un puente entre Zimram y Judá. Tendremos una garantía de paz.

— Nosotros somos más que ellos, madre.

— Los números no siempre son lo importante. Ya no eres una niña, Tamar.

Eres más valiente que lo que estás demostrando.

— ¿Más valiente que mi padre?

Los ojos de su madre se oscurecieron de ira. Soltó abruptamente a Tamar.

— Harás lo que te digan, o sufrirás todas las consecuencias de tu desobediencia.

Vencida, Tamar no dijo nada más. Lo único que había logrado era humillarse a sí misma. Quería gritarles a sus hermanas que terminaran con su parloteo tonto. ¿Cómo podían alegrarse de su infortunio? ¿Qué importaba si Er era atractivo?

¿Acaso no habían oído hablar de su crueldad? ¿No sabían de su arrogancia?

¡Er tenía fama de causar problemas dondequiera que fuera!

— Más kohl en los ojos, Acsa. Así parecerá mayor que la edad que tiene.

Tamar no podía dominar el latido frenético de su corazón. Se le humedecieron las palmas de las manos. Si todo salía como su padre esperaba, su futuro se decidiría ese mismo día.

Esto es bueno, se dijo Tamar a sí misma. Es algo bueno. Sentía la garganta caliente y tensa por el llanto.

— Levántate, Tamar — dijo su madre —. Déjame mirarte.

Tamar obedeció. Su madre suspiró largamente y tiró de los pliegues del vestido rojo de Tamar, reacomodando el frente.

— Debemos disimular su falta de curvas, Acsa, o a Zimram le costará mucho convencer a Judá de que ella tiene la edad suficiente para quedar embarazada.

— Puedo mostrarle el paño, mi señora.

— Bien. Tenlo listo, en caso de que lo requiera.

Tamar sintió que un calor intenso corría por su rostro. ¿No había nada privado? ¿Todos tenían que hablar de los sucesos más personales de su vida?

Su primer flujo de sangre había anunciado su condición de mujer y su utilidad como herramienta de negociación para su padre. Ella era una mercancía para ser vendida, una herramienta para forjar una alianza entre los dos clanes, un sacrificio para una garantía de paz. Había guardado esperanzas de que la pasaran por alto un par de años más. Catorce años le parecía demasiado joven para provocar el interés de un hombre.

Esto es algo bueno, se dijo Tamar a sí misma otra vez. A pesar de los otros pensamientos que le venían de repente y del miedo que le apretaba el estómago, se repitió las palabras una y otra vez, tratando de convencerse. Esto es algo bueno.

Tal vez si no hubiera escuchado esas historias ...

Desde que Tamar tenía memoria, su padre siempre le había temido a Judá y a su pueblo. Había escuchado los relatos sobre el poder del Dios de los hebreos, un dios que había reducido a escombros a Sodoma y a Gomorra bajo una tormenta de fuego y azufre que había convertido su territorio en un páramo de arena blanca y un mar salado que era cada vez más grande. ¡Ningún dios cananeo había dado muestras de semejante poder!

Y estaban los relatos de lo que los hebreos le habían hecho al pueblo de Siquem, los relatos del caos ...

— ¿Por qué tiene que ser así, madre? ¿Acaso no tengo ninguna opción de elegir en qué me convertiré?

— No más opciones que cualquier otra muchacha. Sé cómo te sientes. Yo no era mayor que tú cuando entré en la casa de tu padre. Así son las cosas, Tamar.

¿Acaso no te he preparado para este día desde que eras pequeña? Te he dicho para qué naciste. Luchar contra tu destino es como pelear contra el viento.

— Agarró a Tamar de los hombros —. Sé una buena hija y obedece sin caprichos.

Sé una buena esposa y ten muchos hijos varones. Haz estas cosas y recibirás gran honra. Si eres afortunada, tu esposo llegará a amarte. Y si no, tu futuro estará asegurado en las manos de tus hijos varones. Cuando seas anciana, ellos te cuidarán, así como tus hermanos me cuidarán a mí. La única satisfacción que tiene la mujer en esta vida es saber que ha acrecentado la familia de su esposo.

— Pero hablamos del hijo de Judá, madre. Es Er, el hijo de Judá.

Los ojos de su madre parpadearon, pero se mantuvo firme.

— Busca la manera de cumplir con tu deber y dale hijos. Tienes que ser fuerte, Tamar. Estas personas son violentas e impredecibles. Y son orgullosos.

Tamar desvió la mirada.

— No quiero casarme con Er. No puedo casarme con él ...

Su madre la agarró del cabello y le jaló cabeza hacia atrás.

— ¿Destruirías a nuestra familia humillando a un hombre como este hebreo?

¿Crees que tu padre te permitirá vivir si entras en ese cuarto y le suplicas que te salve de casarte con Er? ¿Crees que Judá tomaría a la ligera semejante insulto?

Te lo advierto: yo misma acompañaré a tu padre a apedrearte si te atreves a poner en riesgo la vida de mis hijos. ¿Me escuchas? Tu padre decide con quién y cuándo te casarás, ¡no tú! — La soltó bruscamente y se alejó, temblando —.

¡No actúes como una tonta!

Tamar cerró los ojos. El silencio en la habitación era pesado. Sintió que sus hermanas y su nodriza la miraban fijamente.

— Lo siento. — Le tembló el labio —. Perdón. Haré lo que debo hacer.

— Como debemos hacer todos. — Suspirando, su madre le tomó la mano y la frotó con aceite aromático —. Sé astuta como una serpiente, Tamar. Judá demostró ser sensato al tenerte en cuenta. Eres fuerte, más fuerte que las demás. Aún no conoces la agudeza y la fortaleza que tienes. Este hebreo se ha interesado en ti. Por el bien de todos nosotros, tienes que complacerlo. Sé una buena esposa para su hijo. Construye un puente entre nuestros pueblos. Mantén la paz entre nosotros.

El peso de la responsabilidad que recibía la hizo agachar la cabeza.

— Lo intentaré.

— Harás más que intentarlo. Tendrás éxito. — Su madre se inclinó y le besó la mejilla bruscamente —. Ahora, siéntate en silencio y serénate, mientras mando a decir a tu padre que ya estás lista.

Tamar trató de pensar con calma. Judá era uno de los hijos de Jacob que habían aniquilado al pueblo de Siquem por la violación de su hermana. Tal vez, si el hijo de Hamor hubiera sabido más sobre estos hombres, habría dejado tranquila a la muchacha. Cuando se dio cuenta de su error, hizo todos los intentos posibles por apaciguar a los hijos de Jacob. Ellos querían sangre. El príncipe y su padre aceptaron obligar a que todos los hombres de Siquem fueran mutilados mediante el rito hebreo de la circuncisión. ¡Estaban desesperados por concretar una alianza matrimonial y garantizar la paz entre las dos tribus! Hicieron todo lo que los hebreos les habían exigido y, sin embargo, tres días después de que los siquemitas fueran circuncidados, mientras todos aún tenían fiebre, Judá y sus hermanos se vengaron. No se contentaron con la sangre del culpable; mataron a espada a todos los hombres. No sobrevivió ni uno, y saquearon la ciudad.

Los hebreos hedían ante las narices cananeas. Su presencia invocaba temor y desconfianza. A pesar de que Judá había abandonado el campamento de su padre y había venido a vivir entre el pueblo de Tamar, su padre nunca había dormido tranquilo teniendo a Judá tan cerca. Ni siquiera la antigua amistad de Judá con Hira, el adulamita, tranquilizaba a su padre. Tampoco le importaba que Judá se hubiera casado con una mujer cananea, la cual le había dado tres hijos y los había criado según las costumbres cananeas. Judá era hebreo. Judá era un extranjero. Judá era una espina clavada en el lado de Zimram.

A través de los años, su padre había hecho contratos con Judá para traer rebaños a sus campos cosechados. El arreglo había resultado beneficioso para todos y había dado lugar a una alianza tentativa. A lo largo de todos esos años, Tamar había sabido que su padre buscaba una manera mejor y más duradera de mantener la paz con los hebreos. Un matrimonio celebrado entre ambas familias podría llegar a garantizárselo, si ella lograba bendecir la casa de Judá dándole hijos.

Ah, Tamar comprendía la determinación de su padre de concretar su matrimonio con Er. Incluso entendía cuánto lo necesitaba su padre. Comprendía el papel que ella tenía en todo eso. Pero comprenderlo no hacía más fáciles las cosas. Al fin y al cabo, era ella a quien estaban ofreciendo como cordero sacrificial.

No podía elegir entre casarse o no hacerlo. No podía elegir con quién casarse. Su única decisión era cómo enfrentaría su destino.

Cuando su madre volvió, Tamar estaba lista. Sus sentimientos quedaron ocultos mientras se agachaba en reverencia ante ella. Cuando levantó la cabeza, su madre puso ambas manos sobre ella y murmuró una bendición. Luego, levantó el mentón de Tamar.

— La vida es difícil, Tamar. Lo sé mejor que tú. Toda muchacha sueña con el amor cuando es joven, pero esto es la vida, no sueños sin sentido. Si hubieras sido la primera, te habríamos mandado al templo de Timna en lugar de tu hermana.

— No habría sido feliz allí. — De hecho, habría preferido quitarse la vida antes que vivir la vida que llevaba su hermana.

— Entonces, esta es la única vida que te queda, Tamar. Acéptala.

Resuelta a hacerlo, Tamar se puso de pie. Trató de calmar su temblor mientras caminaba detrás de su madre saliendo del área de las mujeres. Tal vez Judá decidiría que ella era demasiado joven. Podía decir que era demasiado delgada, demasiado fea. Quizás, todavía podría salvarse de casarse con Er. Pero, a la larga, eso no cambiaría nada. La verdad era demasiado dura para enfrentarla. Tenía que casarse, porque una mujer sin marido y sin hijos era como una mujer muerta.

* * *

Judá observó detenidamente a la hija de Zimram cuando entró en la sala. Era alta, delgada y muy joven. También era serena y agraciada. Le gustaba cómo se movía mientras servía la comida con su madre. Había notado su elegancia juvenil durante su última visita después de la cosecha. Zimram había puesto a la muchacha a trabajar en el campo junto al pastizal de manera que Judá y sus hijos pudieran verla. Se había dado cuenta plenamente de las intenciones de Zimram al mostrarla de esa manera. Ahora, mirándola más de cerca, la muchacha parecía demasiado joven para ser una esposa. No podía ser mayor que Sela, y Judá lo dijo en voz alta.

Zimram rio.

— Por supuesto que es joven, pero es mejor así. Una muchacha joven es más moldeable que una mayor. ¿No te parece? Tu hijo será su baal. Será su maestro.

— ¿Y qué hay de los hijos?

Zimram volvió a reírse; el sonido irritó a Judá.

— Te aseguro, Judá, amigo mío, que Tamar tiene la edad suficiente para tener hijos y lo ha sido desde la última cosecha, cuando Er se fijó en ella.

Tenemos prueba de eso.

Los ojos de la muchacha parpadearon en dirección a su padre. Estaba ruborizada y visiblemente avergonzada. Judá se sintió peculiarmente conmovido por su pudor y la estudió sin reservas.

— Acércate, muchacha — dijo, llamándola con un gesto. Quería mirarla a los ojos. Tal vez, así sabría mejor por qué había siquiera pensado en ella cuando le había cruzado por la mente el tema del matrimonio.

— No seas tímida, Tamar. — Zimram apretó los labios —. Deja que Judá vea lo hermosa que eres. — Cuando ella levantó la cabeza, Zimram asintió —. Eso es. Sonríe y muéstrale a Judá qué dientes magníficos tienes.

A Judá no le interesaban su sonrisa ni sus dientes, aunque lucían bien.

Le importaba su fertilidad. Por supuesto, no había manera de saber si podía darle hijos varones a su clan hasta que estuviera casada con su hijo. La vida no tenía garantías. Sin embargo, la muchacha provenía de buena crianza. Su madre había tenido seis hijos y cinco hijas. Además, debía ser fuerte, pues la había observado en los campos, sachando la tierra dura y cargando piedras hasta el muro. A una muchacha débil la habrían mantenido dentro de la casa, haciendo alfarería o hilando.

— Tamar. — Su padre le hizo un gesto —. Arrodíllate ante Judá. Deja que te mire más de cerca.

(Continues…)


Excerpted from "Un Linaje De Gracia"
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Copyright © 2019 Francine Rivers.
Excerpted by permission of Tyndale House Publishers.
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Table of Contents

PRÓLOGO, IX,
AGRADECIMIENTOS, XI,
DESCUBIERTA, 1,
DESINHIBIDA, 103,
DECIDIDA, 195,
DESPREOCUPADA, 299,
DEVOTA, 417,
LA GENEALOGÍA DE JESÚS EL CRISTO, 539,
ACERCA DE LA AUTORA, 541,

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