Un eco en las tinieblas

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Overview

Esta serie clásica ha inspirado a más de dos millones de fieles seguidores, y sin duda alguna, esta nueva edición en español cautivará miles de nuevos lectores que desearán poseer esta clásica serie cristiana. Esta edición incluye un prólogo de la casa editorial, una carta redactada por Francine Rivers, un glosario ilustrado y una guía de discusión para uso personal o grupal.

Un eco en las tinieblas, el segundo libro de la serie La marca del León, nos cuenta como Marcos se aparta de la opulencia para seguir una voz susurrante del pasado. Su búsqueda lo lleva en un viaje que lo puede librar de la oscuridad de su alma.

This beloved series has inspired nearly 2 million readers, and this new Spanish edition will appeal to both loyal fans and new readers. This edition includes a foreword from the publisher, a preface from Francine Rivers, an illustrated glossary, and discussion questions suitable for personal and group use.

#2 An Echo in the Darkness: Turning away from the opulence of Rome, Marcus is led by a whispering voice from the past into a journey that could set him free from the darkness of his soul.


Product Details

ISBN-13: 9781496426383
Publisher: Tyndale House Publishers
Publication date: 02/20/2018
Series: La marca del León , #2
Pages: 496
Product dimensions: 5.40(w) x 7.90(h) x 1.30(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
From 1976 to 1985, Francine Rivers had a successful writing career in the general market, and her books were awarded or nominated for numerous awards and prizes. Although raised in a religious home, Francine did not truly encounter Christ until later in life, when she was already a wife, mother of three, and an established romance novelist. Shortly after becoming a born-again Christian in 1986, Francine wrote Redeeming Love as her statement of faith. This retelling of the biblical story of Gomer and Hosea set during the time of the California Gold Rush is now considered by many to be a classic work of Christian fiction. Redeeming Love continues to be one of the Christian Booksellers Association’s top-selling titles, and it has held a spot on the Christian bestsellers list for nearly a decade.

Since Redeeming Love, Francine has published numerous novels with Christian themes--all bestsellers--and she has continued to win both industry acclaim and reader loyalty around the globe. Her Christian novels have also been awarded or nominated for numerous awards, including the Christy Award and the ECPA Gold Medallion. Francine’s novels have been translated into over twenty different languages, and she enjoys bestseller status in many foreign countries including Germany, The Netherlands, and South Africa.

Francine and her husband, Rick, live in Northern California and enjoy the time spent with their three grown children and every opportunity to spoil their four grandchildren. She uses her writing to draw closer to the Lord, and that through her work she might worship and praise Jesus for all He has done and is doing in her life.

Read an Excerpt

CHAPTER 1

UN AÑO DESPUÉS

Marcus Luciano Valeriano caminaba por un laberinto de calles en la Ciudad Eterna, esperando encontrar un refugio de paz dentro de sí mismo. No podía. Roma era deprimente. Se había olvidado del hedor del contaminado Tíber y de la multitud opresiva y desordenada. O quizás nunca antes lo había notado por estar demasiado interesado en su propia vida y en sus actividades. En las últimas semanas, desde que había vuelto a su ciudad natal, se había pasado horas deambulando por las calles, visitando los lugares que siempre había disfrutado en el pasado. Ahora, las risas de los amigos sonaban huecas, los frenéticos banquetes y las borracheras eran agotadores en vez de placenteros.

Abatido y necesitado de distracción, había aceptado asistir a los juegos con Antígono. Su amigo ahora era un senador poderoso y tenía un lugar de honor en el podio. Marcus trató de apaciguar sus emociones mientras ingresaba a las tribunas y se ubicaba en su asiento. Pero no podía negar que se sintió incómodo cuando las trompetas comenzaron a sonar. El pecho se le tensó y se le hizo un nudo en el estómago cuando empezó la procesión.

No había estado en los juegos desde Éfeso. Se preguntaba si ahora toleraría verlos. Le pareció penosamente claro que Antígono estaba más obsesionado por ellos ahora que cuando Marcus se había ido de Roma, y estaba apostando una gran suma de dinero por un gladiador proveniente de Galia.

Varias mujeres se sumaron a ellos debajo del toldo. Hermosas y voluptuosas, dejaron en claro a los pocos minutos de haber llegado que estaban tan interesadas en Marcus como en los juegos. Marcus sintió cierta provocación mientras las miraba, pero la sensación desapareció tan pronto como llegó. Eran mujeres superficiales, como agua contaminada frente al vino puro y embriagador que era Hadasa. Su conversación frívola y vana no le resultaba entretenida. Incluso Antígono, que siempre lo había divertido, empezaba a sacarlo de quicio con su colección de chistes vulgares. Marcus se preguntó cómo pudo pensar alguna vez que esas historias tan obscenas fueran divertidas o cómo pudo compadecerse alguna vez de la letanía de problemas económicos de Antígono.

— Cuenta otra — rió una de las mujeres, disfrutando visiblemente la historia grosera que Antígono acababa de relatarles.

— Te arderán los oídos — le advirtió Antígono con una mirada traviesa.

— ¡Otra! — coincidieron todos.

Todos excepto Marcus. Él se mantuvo en silencio, lleno de repulsión.

Se visten como pavos reales vanidosos y ríen como cuervos chillones, pensaba mientras observaba a cada uno.

Una de las mujeres se cambió de lugar para recostarse a su lado. Presionó su cadera seductoramente contra él. «Los juegos siempre me estimulan», dijo, ronroneando suavemente, con ojos oscuros.

Repugnado, Marcus la ignoró. Ella empezó a hablar de uno de sus muchos amantes, buscando señales de interés en el rostro de Marcus. Lo único que logró fue asquearlo más. La miró sin hacer ningún esfuerzo por ocultar sus sentimientos, pero ella no se dio cuenta. Simplemente siguió sus intentos de seducirlo, con toda la sutileza de una tigresa fingiendo ser una gatita doméstica.

Mientras tanto, los juegos sangrientos seguían ininterrumpidamente. Antígono y las mujeres reían, se burlaban de las víctimas en la arena y las insultaban. Los nervios de Marcus se ponían cada vez más tensos al mirar a sus acompañantes ... al darse cuenta de que disfrutaban del sufrimiento y de la muerte que se desenvolvía ante ellos.

Asqueado por lo que veía, recurrió a la bebida como escape. Vació una copa tras otra de vino, desesperado por ahogar los gritos de los que estaban en la arena. Aun así, ninguna cantidad de líquido adormecedor podía ahuyentar la imagen que seguía apareciendo en su mente ... la imagen de otro lugar, de otra víctima. Había tenido la esperanza de que el vino lo dejara insensible. Pero solo lo había hecho más consciente.

Alrededor de él, la gran multitud estaba cada vez más frenética de entusiasmo. Antígono agarró a una de las mujeres y se enredaron. Espontáneamente, una imagen vino a Marcus ... una visión de su hermana, Julia. Recordó cómo la había llevado a los juegos por primera vez y se había reído al ver la emoción apasionada en sus ojos oscuros.

«No te avergonzaré, Marcus. Lo juro. No me desmayaré cuando vea sangre». Y no lo hizo.

No en ese momento.

Ni después.

Sin poder soportarlo más, Marcus se levantó.

Abriéndose paso a empujones a través de la masa eufórica, subió las escaleras. Tan pronto como pudo, corrió tal como había hecho en Éfeso. Quería alejarse del ruido, lejos del olor de la sangre humana. Haciendo una pausa para recuperar la respiración, apoyó su hombro contra un muro de piedra y vomitó.

Horas después de que los juegos habían terminado, todavía seguía escuchando el clamor de la multitud ansiosa pidiendo más víctimas a gritos. El sonido retumbó en su mente, atormentándolo.

Por otro lado, era lo único que había experimentado desde la muerte de Hadasa. Tormento. Y un vacío terrible y sombrío.

— ¿Has estado evitándonos? — le dijo Antígono unos días después, cuando fue a visitar a Marcus —. Anoche no fuiste al banquete de Craso. Todos estaban ansiosos por verte.

— Tenía que trabajar. — Marcus había pensado volver a Roma de manera permanente, aferrándose a la esperanza de encontrar la paz que anhelaba desesperadamente. Ahora se daba cuenta de que sus esperanzas habían sido en vano. Miró a Antígono y negó con la cabeza —. Estaré en Roma solamente unos cuantos meses más.

— Pensé que habías vuelto para quedarte — dijo Antígono, evidentemente sorprendido por su declaración.

— Cambié de parecer — replicó Marcus secamente.

— Pero ¿por qué?

— Por motivos de los que prefiero no hablar.

La mirada de Antígono se volvió sombría y su voz denotó sarcasmo al hablar:

— Bueno, espero que encuentres el tiempo para asistir al banquete que organicé en tu honor. ¿Y por qué pareces tan molesto? Por los dioses, Marcus, has cambiado desde que te fuiste a Éfeso. ¿Qué te sucedió allá?

— Tengo trabajo por hacer, Antígono.

— Necesitas distraerte para cambiar ese sombrío humor tuyo. — Se puso tan zalamero, que Marcus supo que pronto estaría pidiéndole dinero —. He organizado un entretenimiento que con seguridad espantará cualquier pensamiento negro que te acose.

— ¡Está bien, está bien! Iré a tu condenado banquete — dijo Marcus, impaciente porque Antígono se fuera. ¿Por qué nadie podía entender que solo quería que lo dejaran en paz? —. Pero hoy no tengo tiempo para charla improductiva.

— Lo has dicho con gentileza — dijo Antígono con burla; luego se puso de pie para irse. Se acomodó la toga y se dirigió a la puerta; entonces, hizo una pausa y miró a su amigo, molesto —. Realmente espero que mañana en la noche estés de mejor humor.

Marcus no lo estuvo.

Antígono no le había dicho que Arria estaría allí. A instantes de haber llegado, Marcus la vio. Miró irritado a Antígono, pero el senador solo sonrió con un aire petulante y se inclinó hacia él con una expresión pícara.

— Fue tu amante durante casi dos años, Marcus. — Se rió en voz baja —. Es mucho más de lo que ha durado cualquier otra desde entonces. — Ante la expresión de Marcus, levantó una ceja, inquisitivamente —. Pareces disgustado. Tú mismo me dijiste que te separaste de ella en buenos términos.

Arria aún era hermosa, aún intentaba recibir la adoración de todo hombre en el lugar, aún era amoral y ansiosa por cualquier nueva forma de excitación. Sin embargo, Marcus percibía algunos cambios sutiles. El suave encanto de la juventud había cedido a una mundanidad más dura. Su risa no contenía entusiasmo ni placer; más bien, transmitía una dosis de audacia y vulgaridad que resultaba desagradable. Varios hombres la rondaban y ella coqueteaba alternativamente con cada uno, burlándose de ellos y susurrándoles comentarios insinuantes. En ese momento, dio un vistazo al otro lado del salón y miró interrogativamente a Marcus. Él sabía que se preguntaba por qué no se había dejado atrapar por la sonrisa que ella le lanzó cuando llegó. Pero él conocía esa sonrisa tal cual era: el anzuelo para un pez hambriento.

Lamentablemente para Arria, Marcus no tenía hambre. Ya no más.

Antígono se inclinó más cerca.

— Fíjate cómo te mira, Marcus. Podrías tenerla de vuelta contigo con solo chasquear los dedos. El hombre que la mira como una mascota es su actual conquista, Metrodoro Cratero Mérula. Lo que le falta de chispa, lo compensa ampliamente en dinero. Es casi tan rico como tú, pero sucede que nuestra pequeña Arria tiene su propio dinero estos días. Su libro ha causado bastante furor.

— ¿Libro? — dijo Marcus y se rió con aire burlón —. No sabía que Arria supiera escribir su propio nombre, mucho menos entrelazar suficientes palabras para formar una oración.

— Obviamente no sabes nada de lo que escribió, o no estarías restándole importancia al asunto. No es para reírse. Nuestra pequeña Arria tenía talentos secretos desconocidos por nosotros. Se ha vuelto una mujer de letras o, más precisamente, del arte erótico. Una recopilación de historias que cuentan todo tipo de intimidades. Por los dioses, que ha causado líos en las altas esferas. Un senador perdió a su mujer debido a él. No es que le importara quedarse sin esposa, pero los contactos familiares que ella tiene se lo hicieron pagar caro. Dicen que puede que lo obliguen a suicidarse. Arria nunca ha sido lo que se dice discreta. Pero ahora me parece que es adicta al escándalo. Tiene copistas trabajando noche y día para reproducir ejemplares de su pequeño libro. El precio de cada ejemplar es exorbitante.

— Precio que, indudablemente, pagaste — dijo Marcus secamente.

— Pero por supuesto — dijo Antígono, riéndose —. Quería ver si me había mencionado. Lo hizo. En el capítulo once. Muy a mi pesar, fue una mención bastante superficial. — Miró a Marcus con una sonrisa divertida —. Sobre ti escribió con lujo de detalles. No me sorprende que Sarapais estuviera loca por ti en los juegos el otro día. Quería saber si eras todo lo que Arria contó acerca de ti. — Sonrió ampliamente —. Deberías comprar un ejemplar para ti mismo y leerlo, Marcus. Podría evocar algunos recuerdos agradables.

— A pesar de su exquisita belleza, Arria es vulgar y es mejor olvidarla.

— Una apreciación bastante cruel cuando se trata de la mujer que una vez amaste, ¿no? — dijo Antígono, tanteándolo.

— Nunca amé a Arria. — Marcus enfocó su atención en las bailarinas que ondulaban delante de él. Las campanillas que colgaban de sus tobillos y muñecas tintineaban, crispándole los nervios. En lugar de excitarse por el descarado baile sensual y por sus cuerpos ocultos por velos transparentes, se sentía incómodo. Deseaba que la danza terminara y que se marcharan.

Antígono se estiró para agarrar a una de las mujeres y la sujetó sobre su regazo. A pesar de que la muchacha forcejeó, la besó apasionadamente. Cuando se echó hacia atrás, rió y le dijo a Marcus:

— Elige una para ti.

La muchacha esclava gritó y el sonido provocó una revulsión instintiva en las entrañas de Marcus. Anteriormente, había visto esa misma mirada de la muchacha ... en los ojos de Hadasa, cuando él dejó que sus propias pasiones se desataran fuera de control.

— Suéltala, Antígono.

Otras personas observaban a Antígono, riendo y alentándolo. Ebrio y enfadado, Antígono se puso más hostil en su determinación de hacer lo que quería. La muchacha dio un alarido.

Marcus se puso de pie de golpe.

— ¡Suéltala!

El salón quedó en silencio; todos miraron sorprendidos a Marcus. Riendo, Antígono levantó la cabeza y lo miró un poco asombrado. Su risa se apagó. Alarmado, rodó hacia un lado, soltando a la muchacha.

Llorando histéricamente, la muchacha se puso de pie y se alejó tan rápido como pudo.

Antígono contempló socarronamente a Marcus.

— Discúlpame, Marcus. Si la deseabas tanto, ¿por qué no lo dijiste antes?

Marcus sintió los ojos de Arria sobre él como dos brasas encendidas, ardiendo de celos. Por un instante, se preguntó qué castigo recibiría la muchacha de parte de Arria por algo que no tenía nada que ver con ella.

— No la quería — dijo a secas —. Ni a ninguna otra en este salón.

Los murmullos ondularon por el salón. Varias mujeres miraron a Arria y sonrieron con satisfacción.

El semblante de Antígono se oscureció.

— Entonces, ¿por qué interrumpiste mi placer?

— Estabas a punto de violar a la muchacha.

Antígono rió sin emoción.

— ¿Violar? Si le hubieras dado un momento más, lo habría gozado.

— Lo dudo.

El humor de Antígono se esfumó y sus ojos destellaron ante el insulto.

— ¿Desde cuándo te importan los sentimientos de una esclava? Te he visto disfrutar de tu placer de manera similar un par de veces.

— No necesito que me lo recuerdes — dijo Marcus amargamente, terminando lo que le quedaba de vino en la copa —. Lo que realmente necesito es tomar un poco de aire fresco.

Salió a los jardines, pero no encontró alivio allí porque Arria lo siguió, con Mérula a su lado. Marcus apretó los dientes y soportó su presencia. Ella habló de su amorío como si hubiera terminado el día anterior y no cuatro años antes. Mérula miró con furia a Marcus, quien sintió compasión por el hombre. Arria siempre había disfrutado atormentando a sus amantes.

— ¿Has leído mi libro, Marcus? — dijo ella con una voz melosa.

— No.

— Es bastante bueno. Lo disfrutarías.

— Ya no me gusta la basura — dijo, su mirada vacilando sobre ella.

Los ojos de ella chispearon. — Mentí sobre ti, Marcus — dijo con el rostro contraído por la rabia —. ¡Fuiste el peor amante que he tenido!

Marcus le sonrió fríamente.

— Eso es porque soy el único que se apartó de ti cuando aún le quedaba sangre en las venas. — Dándole la espalda, se alejó caminando.

Ignorando los insultos que ella le lanzaba, abandonó el jardín. Regresó al banquete y buscó distraerse charlando con viejos conocidos y amigos. Pero sus risas lo irritaron; la diversión que disfrutaban siempre era a costa de otro. Percibía la mezquindad detrás de los comentarios graciosos, el deleite mientras volvían a contar nuevas tragedias.

Dejando al grupo, se recostó en un sillón, bebió de mal humor y miró a la gente. Observó la manera en que jugaban unos con otros. Fingían ser civilizados, al mismo tiempo que lanzaban su veneno. Y, entonces, se dio cuenta de golpe. Las reuniones y los banquetes como este alguna vez habían sido una gran parte de su vida. Él se había deleitado en ellos.

Ahora se preguntaba por qué estaba aquí… por qué siquiera había regresado a Roma.

Antígono se acercó a él; abrazaba a la ligera a una muchacha pálida que estaba ricamente vestida. Su sonrisa era sensual. Tenía las curvas de Afrodita y, por un instante, su carne reaccionó a la oscura intensidad de sus ojos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado con una mujer.

Antígono notó la apreciación de Marcus y sonrió satisfecho consigo mismo.

— Te gusta. Sabía que te gustaría. Es muy atractiva. — Retirando su brazo de alrededor de la mujer, le dio un empujoncito, aunque ella no necesitaba que lo hiciera. Chocó suavemente contra el pecho de Marcus y levantó los ojos hacia él, con los labios separados. Antígono sonrió, obviamente orgulloso de sí mismo —. Se llama Dídima.

Marcus tomó a Dídima por los hombros y la apartó de él, sonriéndole irónicamente a Antígono. La mujer dirigió la mirada interrogativamente hacia su amo, y Antígono se encogió de hombros.

— Al parecer, no te quiere, Didi. — Agitó descuidadamente la mano en despedida.

Marcus dejó la copa firmemente sobre la mesa.

— Agradezco el gesto, Antígono…

— Pero… — dijo él con reparo y sacudió la cabeza —. Me desconciertas, Marcus. No te interesan las mujeres. No te interesan los juegos. ¿Qué te sucedió en Éfeso?

— Nada que pudieras entender.

— Inténtalo.

Marcus le sonrió sarcásticamente.

— No le confiaría mi vida privada a un hombre tan público.

Los ojos de Antígono mostraban desdén.

— Tus palabras son muy mordaces últimamente — dijo en voz baja —. ¿En qué te ofendí para que tengas ese aire tan condenatorio?

Marcus negó con la cabeza.

— No eres tú, Antígono. Es todo esto.

— ¿Todo qué? — dijo Antígono, confundido.

— La vida. ¡La condenada vida! — Los placeres sensuales que Marcus alguna vez había saboreado ahora le parecían basura. Cuando Hadasa murió, algo murió dentro de él. ¿Cómo podía explicarle los cambios dolorosos y profundos que había sufrido a alguien como Antígono, un hombre devorado y obsesionado por las pasiones carnales?

¿Cómo podía explicarle que todo había perdido sentido para él el día que una esclava común había muerto en el anfiteatro efesio?

(Continues…)



Excerpted from "Un Eco En Las Tinieblas"
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Copyright © 2018 Francine Rivers.
Excerpted by permission of Tyndale House Publishers, Inc..
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

Table of Contents

Prólogo de Mark D. Taylor, ix,
Prefacio, xi,
Agradecimientos, xiii,
Preámbulo, xv,
PARTE I: EL ECO, 1,
PARTE II: EL BARRO, 89,
PARTE III: EL MOLDEADO, 215,
PARTE IV: EL HORNO, 305,
PARTE V: EL RECIPIENTE DE ORO, 415,
Epílogo, 441,
Adelanto de Tan cierto como el amanecer, 443,
Glosario, 455,
Guía para la discusión, 459,

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